H.G. Wells - "La máquina del tiempo"

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No puede uno escoger, sino hacerse preguntas. ¿Regresará alguna vez? Puede que se haya deslizado en el pasado y caído entre los salvajes y cabelludos bebedores de sangre de la Edad de Piedra sin pulimentar; en los abismos del mar cretáceo; o entre los grotescos saurios, los inmensos animales reptadores de la época jurásica. Puede estar ahora, si me permite emplear la frase, vagando sobre algún arrecife de coral Oolitico, frecuentado por los plesosaurios, o cerca de los solitarios lagos salinos de la Edad Triásica. ¿O marchó hacia el futuro, hacia las edades próximas, en las cuales los hombres son hombres todavía, pero en las que los enigmas de nuestro tiempo están aclarados y sus problemas fastidiosos resueltos? Hacia la virilidad de la raza pues yo, por mi parte, no puedo creer que esos días recientes de tímida experimentación de teorías incompletas y de discordias mutuas sean realmente la época culminante del hombre. Digo, por mi propia parte. Él, lo sé -porque la cuestión había sido discutida entre nosotros mucho antes de ser construida la Máquina del Tiempo-, pensaba, no pensaba alegremente acerca del Progreso de la Humanidad, y veía tan sólo, en el creciente acopio de civilización, una necia acumulación que debía inevitablemente venirse abajo al final y destrozar a sus artífices. Si esto es así, no nos queda sino vivir como si no lo fuera. Pero, para mí, el porvenir aparece aún oscuro y vacío; es una gran ignorancia, iluminada en algunos sitios casuales por el recuerdo de su relato. Y tengo, para consuelo mío, dos extrañas flores blancas -encogidas ahora, ennegrecidas, aplastadas y frágiles- para atestiguar que aun cuando la inteligencia y la fuerza habían desaparecido, la gratitud y una mutua ternura aún se alojaban en el corazón del hombre.

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